Tras el dolor, una construcción colectiva: fútbol para la integración social

Antonio Silva, padre de una víctima de violencia urbana, motorizó una Asociación Civil que busca acompañar desde el deporte y sus valores a niños, niñas y jóvenes de la ciudad.

En noviembre de 2018, mientras miraba jugar al fútbol a sus hermanos, Pablo Silva, de 14 años, fue víctima de una pelea ajena que terminó provocando su muerte. A partir de ese momento, su papá Antonio comenzó a trabajar en la idea de formar una escuela de fútbol infantil. Con el acompañamiento de la Dirección de Asistencia y Empoderamiento de las Víctimas, dependiente de la Secretaría de Género y Derechos Humanos de la Municipalidad, y en articulación con diversas áreas del Ejecutivo local, la iniciativa comenzó a tomar forma en febrero de 2020, en el patio deportivo y recreativo del Centro Municipal Distrito Sudoeste.

“Muchas personas se enteraron y comenzó a sumarse más gente, pero en marzo (de 2020) se cortó todo por la pandemia”, cuenta Antonio.

El Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio significó una pausa para las prácticas, pero también la posibilidad de empezar a pensar colectivamente un proyecto más ambicioso: constituir una asociación civil que dé lugar a un club y les permita inscribirse en la Liga Rosarina de Fútbol. Algo que en enero de este año se hizo realidad: el Club PMS se encuentra en condiciones de participar de la categoría “C”. Así nació la Asociación Civil Sportivo Pablo M. Silva.

“La idea de armar el club es para brindar contención a los chicos, sacarlos un poco de la calle y acompañar en todo lo que se pueda a las familias”, cuenta Antonio. “Ojalá que de nuestro espacio llegue a salir un jugador profesional, pero nosotros queremos que el fútbol sea una excusa para que esos chicos sigan estudiando, que sean buenas personas. Eso es lo que nos proponemos”, agrega.

En el pasado mes de agosto, cuando la ciudad comenzó la etapa de distanciamiento, se reanudaron las prácticas y también se inició el trámite para obtener la personería jurídica: comenzaron a darle forma a la estructura del club, en el que hoy participan cerca de 50 personas, entre entrenadores y preparadores físicos, miembros de la Comisión Directiva, voluntarios y voluntarias.

“Con la pandemia los entrenamientos los dividimos por edades, se practica martes, miércoles y jueves, tenemos jugadores desde 3 añitos hasta chicos de 25 años, para ello hemos adaptado los entrenamientos a los protocolos vigentes”, cuenta Antonio.

Uno de los objetivos a largo plazo, además de contar con un espacio propio que funcione como sede, es poder desarrollar una estrategia descentralizada, con centros de desarrollo deportivo por distrito que puedan recibir a chicas, chicos y jóvenes de todos los barrios; trabajando de manera articulada con los Centros Municipales de Distrito.

Poniendo en acción el deseo. Un club por la paz

“Para plantear las estrategias de intervención, lo que hacemos desde la Dirección de Asistencia y Empoderamiento de las Víctimas (DAEV) es trabajar a partir de la singularidad del caso, en un proceso de escucha activa, para dar de esta forma lugar al deseo, en este caso, el de Antonio”, reflexiona Gonzalo Bonifazi, al frente de la DAEV.

Para el funcionario, las capacidades de gestión se centran en fortalecer los lazos comunitarios generando nuevas formas de integración social. El saldo de ello es que el proyecto está escrito por los propios integrantes de la asociación civil, quienes también llevaron adelante el trámite de la personería jurídica.

“Lo que sucede a partir del hecho trágico que le toca vivir a Antonio es que se empieza a construir un proyecto colectivo, que genera sentido de pertenencia”, afirma Bonifazi y agrega: “Nosotros como funcionarios representamos a una institución, la Municipalidad, escuchando y acompañando generamos un vínculo cercano, dando lugar a una política pública activa, de proximidad, y eso es lo más rico y lo más interesante”.

El trabajo colectivo y colaborativo, sumado al compromiso no sólo de vecinos y vecinas del barrio, sino también de quienes se interesan por el proyecto, es lo que permite que el sueño del club siga creciendo. “Esto no se agota solamente en el Estado poniendo recursos. Todo lo que se ha logrado hasta ahora ha sido a partir de soñar con un barrio mejor, con una Rosario distinta. Ese es el espíritu”, concluye Bonifazi. 

Con colores propios

Los colores del club también tienen su historia. Antonio vivió en Corrientes hasta los 15 años, por sus venas corre la pasión por el fútbol. Su papá, brasileño, y su mamá, uruguaya, trabajaban juntos en las oficinas de la Aduana, y en honor a ellos fue que decidió que los colores sean celeste, blanco, verde y amarillo.

Apenas fueron definidos los colores se diseñaron los conjuntos para las distintas categorías de los grupos femenino y masculino. Con la venta de los conjuntos y la realización de un bono contribución se obtuvieron los primeros recursos económicos del proyecto que, con el aporte de toda su comunidad, avanza a paso firme. “Desde agosto hasta acá se hicieron muchísimas cosas. Tenemos buenas expectativas de que podamos lograr muchas más en el 2021”, afirma Antonio. “Lo construido es importante, valorar el proceso grupal y no quedarse solamente en lo individual”, concluye Bonifazi.