En plena cuarentena, cientos de trabajadores públicos brindan sus servicios en un nuevo contexto. Sebastián y Rosana dejaron sus funciones habituales para volver a su viejo oficio: la enfermería.
Desde que se decretara la cuarentena a nivel nacional, y según lo dispuso el intendente Pablo Javkin, hay múltiples rubros del Estado local cuyos agentes fueron declarados personal esencial y continúan prestando sus servicios, en algunos casos más vitales que nunca y en otros –no menos significativos- adaptados al renovado y a veces inédito contexto que impone la emergencia sanitaria. Entre el grupo de imprescindibles se encuentran trabajadoras y trabajadores que suspendieron temporalmente sus funciones cotidianas para sumarse a otras tareas más urgentes en el marco de la situación y, en algunos casos, para reencontrarse con su vocación.
Cuando a Sebastián Rodríguez lo contactaron desde la Dirección de Enfermería para dejar sus habituales funciones en la GUM y pasar a brindar servicios en un área fundamental y de suma exposición en este contexto de cuarentena por la pandemia de coronavirus, no lo dudó ni un segundo. Enseguida habló con sus superiores en la Secretaría de Control y Convivencia para solicitar el permiso y al otro día, a primera hora de la mañana, estaba trabajando como enfermero en el Centro de Salud Itatí, de Garibaldi al 2500.
“No dudé, todo lo contrario, antes de que salga el llamado ya venía pensando en ofrecerme para ir a trabajar a Salud Pública si la situación se complicaba”, cuenta el agente de la Guardia Urbana que es empleado municipal desde hace 16 años y forma parte de los equipos de proximidad dentro del cuerpo de agentes especiales, desarrollando una tarea de cercanía con los vecinos y vecinas en los barrios para la identificación de situaciones conflictivas.
La convocatoria para Sebastián, al igual que para otros enfermeros que cumplen actualmente funciones de otra índole en el municipio, fue principalmente para trabajar en la campaña de vacunación antigripal destinada a pacientes de grupos de riesgos, que este año el Estado local inició un mes antes de lo habitual. “Ya colocamos más de 600 vacunas”, afirma orgulloso y cuenta que junto a personal del centro de salud sale a recorrer cada mañana la barriada del sudoeste para visitar en sus hogares a los pacientes habituales del efector que deben recibir la inmunización.
Claro que la tarea no se agota en ese punto. “No solamente voy, te coloco la vacuna y chau, me fui”, remarca el trabajador municipal, y añade: “Es una visita en la que con la gente del centro de salud llevamos información para los vecinos sobre los cuidados que deben tener, no solamente para evitar el contagio del coronavirus, sino también sobre medidas a tener en cuenta para prevenir el dengue”. Es que su trabajo y el de cientos de trabajadores y trabajadoras de la salud municipal implican también generar concientización y educación ciudadana.
Consultado sobre si en algún momento sintió miedo o temor de contraer coronavirus por su nueva labor, Sebastián aclara: “No tuve miedo, tomamos todos los recaudos necesarios, contamos con guantes, barbijos, máscaras y medidas de higiene. En principio a mi familia le dio miedo, pero ellos saben cuál es mi vocación y me apoyan”, resalta.
El hombre que vive junto a su mujer y sus dos hijas adolescentes sostiene que pensar en su familia hace que extreme aún más las medidas de prevención y el cuidado en su labor. “Hay que tener más cuidado, uno no quiere contagiarlos a ellos”, comenta y relata cambios en sus hábitos cotidianos y los de sus seres queridos: se sale de casa sólo para lo indispensable o para concurrir al trabajo.
Asegura que se “siente muy útil” cumpliendo con su vocación en el marco de esta pandemia y agradece que su profesión sea tan valorada en este contexto, aunque subraya: “Trabajé muchos años como enfermero y siempre nos quejábamos porque no éramos valorados, al igual que mucamas; quizás los médicos tengan un poco más de reconocimiento, pero todos los equipos de salud son fundamentales”, reflexiona, y comparte una esperanza: “Espero que cuando esto pase nos sigan reconociendo, tanto la sociedad como el Estado. Que no sea sólo por hoy, sino también el día de mañana”.
Respecto a la manera en que el resto de los ciudadanos puede ayudar y colaborar con el personal de salud en estos momentos, Sebastián no dudó un segundo en señalar: “Quedándose adentro; si quieren ayudar a la gente de salud, denle la menor cantidad de trabajo, cuídense y así nos cuidan”.
“¿Por qué soy enfermera?”
El caso de Rosana Menes tiene muchas coincidencias con la situación de Sebastián. Licenciada en Enfermería y con 25 años de trabajo en el municipio, cumple actualmente tareas administrativas en la Guardia Urbana Municipal. Lejos quedaron aquellos años en los que trabajó como enfermera en el Hospital Víctor J. Vilela, durante una década. Sin embargo, la pandemia hizo que se reencontrara con su profesión.
“Cuando empezó el tema del coronavirus hice un replanteo y me pregunté: ¿Por qué soy enfermera?”. Ella misma ya había advertido al personal de recursos humanos de su área que, en caso de haber una convocatoria para trabajar ocasionalmente en el área de salud ante esta situación de emergencia, estaba a disposición.
Y el llamado no demoró en llegar. Desde la Dirección de Enfermería requirieron sus servicios y actualmente trabaja todas las tardes en el centro de salud de barrio Las Flores (Flor de Nácar 6983), en la zona sudoeste de la ciudad, tarea que combina con su tradicional trabajo en la Guardia Urbana en algunas mañanas ya que, aclara, hay labores que no pueden esperar y deben continuar su curso normal a pesar de la situación.
Rosana se llevó varias sorpresas en su nueva función. Por un lado, se reencontró con viejos compañeros y compañeras del Vilela, lo que la puso muy feliz; y, por otro, se sorprendió gratamente con el significativo trabajo de los centros de salud en los barrios. “Para mí es una sorpresa la función social del centro de salud, no sabía que se hiciera un trabajo tan importante y tan bueno”, remarca y señala diferencias en su anterior paso por el área de Salud, cuando estuvo afectada, entre otros sectores, a terapia pediátrica del Hospital de Niños, “un espacio más cerrado, hermético”.
Ahora, cada mediodía se toma el 140 para llegar a barrio Las Flores, donde se ocupa principalmente de tareas de vacunación, al igual que Sebastián, en el marco de la campaña antigripal que desarrolla el municipio. Su recorrido es de casi una hora, con la diferencia que en estos días el colectivo no se llena: “La gente se cuida mucho, se respeta la distancia”, subraya.
El temor para Rosana no está presente por estos días. Sabe que es una profesión de riesgo pero aclara que “hay equipos preparados para salir ante un potencial paciente con Covid”, y agrega: “No me da miedo estar trabajando porque las normas de bioseguridad uno las debe tener siempre como personal de salud, y tenemos todos los insumos que necesitamos, estamos bien equipados”.
Al igual que para la gran mayoría de la población, la rutina y los hábitos cotidianos de Rosana experimentaron modificaciones significativas. La mujer dejó de residir por estos días en su casa de Pueblo Esther, que comparte con su marido y dos de sus hijos, para instalarse junto a otra de sus hijas que vive en Rosario y que, no casualmente, estudia medicina. “Me entiende perfectamente”, indica y valora el apoyo de su familia ante esta experiencia.
A pesar de su profesión y la tarea que desarrolla por estos días, Rosana no toma como propio el reconocimiento, en especial hacia la labor de trabajadoras y trabajadores de la salud, que vecinos y vecinas realizan cada noche con una orquesta de aplausos. “Me sumo a los aplausos para la gente de la línea de fuego, siento que yo estoy en una trinchera; es para otra gente que está poniendo el cuerpo, no son los mismos riesgos”, dice con total humildad y reconocimiento por sus pares.