Especialista en educación temprana y literatura infantil, María Emilia López comparte conceptos en el marco del FIPR 2020 y del 31° aniversario de la Convención de los Derechos de niñas y niños.
“Nos hacemos lectores a través de un largo proceso, que comienza en la primera infancia. En principio, todos somos lectores de mundo, muchos pensadores han trabajado sobre esta idea, desde Paulo Freire en adelante, al menos. Pero ser lector de libros tiene sus peripecias. Y allí es donde se vuelven tan importantes las familias, la escuela, las bibliotecas”, explicó María Emilia López, especialista en educación temprana y en literatura infantil, gestora cultural y asesora de diversos proyectos de política pública sobre primera infancia en México, Colombia y Brasil, quien en el marco de su participación en el Festival Internacional de Poesía de Rosario y de cara a un nuevo aniversario de la Convención de los Derechos del Niño y la Niña, que se conmemora este 20 de noviembre, compartió conceptos y pensamientos sobre lectura e infancia temprana.
Un aspecto muy importante de su propuesta pedagógica es el acompañamiento de los adultos en las primeras lecturas de la infancia. En este sentido, López explicó: “La primera literatura está mediada por el vínculo afectivo y tiene mucho de espontáneo; yo suelo decir que la primera biblioteca de los niños pequeños vive en el cuerpo de sus padres, en sus recuerdos musicales y poéticos, en su historia de hijo,”, y afirmó al respecto: “Entonces evocar y dejar salir a escena ese repertorio sería el primer paso de esa preparación”.
Precisamente, ese fue el eje del taller La poesía como bibliografía que, como parte del Espacio Irupé de la programación del FIPR 2020 dedicada a infancias y juventudes, y con cupo completo a los pocos días de difundirse con participantes de toda Latinoamérica, dictó este miércoles, ofreciendo a madres, padres, docentes y/o personas a cargo de crianzas algunas herramientas para mediar y acercar la poesía a bebés desde los primeros meses y a niñas y niños pequeños, además de explorar las posibles relaciones de las y los maestros con la poesía.
En este sentido, López, que es directora del Jardín maternal de la Facultad de Derecho (UBA), un innovador proyecto pedagógico centrado en la literatura, hizo hincapié en señalar que existe una deuda histórica con las familias. “No es fácil saber cómo leer, qué leer, menos aún en un tiempo de agitación de la vida como el que vivimos”, reconoció, y añadió: “Deberíamos tener muchísimas bibliotecas públicas con espacios dedicados a las familias con niños de primera infancia, con libros, mediadores amorosos, tiempo y espacio construido para la experiencia literaria, que es también encuentro y protección de la crianza”.
El poema es juego, metáfora, adivinanza, música, atajo
La reconocida especialista se refirió, además, a otro de los temas abordados en el taller y que juega un rol fundamental en el desarrollo de las primeras infancias: la relación entre los y las bebés y el lenguaje poético.
«La primera cuestión que plantearía es la necesidad que tienen los bebés de capturar las voces humanas, porque eso les asegura el ingreso en lo simbólico de la vida. Hay una primera voz entre muchas otras que reconocen al nacer, las de quienes los gestan, que los acompañaron durante los nueve meses, y que se convierten en un signo de continuidad entre la vida intrauterina y el mundo exterior, algo importantísimo como experiencia psíquica tranquilizadora”, aseguró.
Asimismo, María Emilia López indicó: “Cada voz está cargada de matices melódicos, tiene un timbre, cada uno habla con un ritmo particular, y todo eso es lo que el bebé capta y le permite construir sentido, identificar a quien la porta. Todas esas características de la voz están del lado de la forma, de lo estético, no del significado. Por eso podríamos decir que la primera apropiación del lenguaje es estética, no semántica (y psíquica, claro está: la voz es unión, amor, apego)”. Por ello, aseveró convencida que “el bebé o los niños pequeños están en su salsa cuando les ofrecemos poemas”.
Sobre este punto, agregó que “el lenguaje del poema está atravesado por el juego, y esa es otra de las experiencias de la cultura para la que ellos están absolutamente predispuestos. El poema es juego, metáfora, adivinanza, invención, música, atajo; y eso en la infancia es algo de lo más habitual. Los niños pequeños necesitan jugar con todo y explorarlo todo para conocer lo que los rodea”.
Por último, la educadora y autora de los libros Un pájaro de aire. La formación de los bibliotecarios y la lectura en la primera infancia, y Un mundo abierto. Cultura y primera infancia, reflexionó: “El poema muestra múltiples modos de nombrar el mundo, de ver las cosas, el poema ayuda a pensar creativamente, porque reúne de una manera especial lo que escuchamos, lo que miramos, lo que sentimos e intuimos, lo fantaseado y el misterio de lo no sabido. El poema es transgresión, y en esa etapa de la vida donde están formándose las matrices sensibles y pensantes, nada mejor que contar con esas oportunidades para construir la propia interioridad, de cara al mundo, y ser capaces, a la vez, de ver el envés del mundo, es decir sus infinitas posibilidades de representación”, y concluyó entusiasta: “El poema nos hace más abiertos y sensibles”.