El recinto de sesiones de la Cámara de Diputados de Santa Fe se llamará Lisandro de la Torre

Los  diputados santafesinos acordaron realizar una sesión especial para denominar al recinto de la Cámara baja con el “Dr. Lisandro de la Torre”, en honor al dirigente político, abogado y escritor santafesino.

Lisandro de la Torre:

Nació el 6 de diciembre de 1868 en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, fue abogado, político, estanciero, escritor y periodista argentino. Hijo de don Lisandro De la Torre, quién era de prosapia vasca y porteño, partidario de Mitre, que se había afincado en la provincia de Santa Fe como criador de ovejas y de doña Virginia Paganini, quién era sobrina nieta de Antonio Saénz, primer Rector de la Universidad de Buenos Aires en 1821, una mujer culta y enérgica, que hablaba perfectamente el francés.

Cursó sus estudios primarios y secundarios en Rosario y al egresar del Colegio Nacional, se trasladó a Buenos Aires para estudiar derecho, y en 1888 se graduó con una excelente tesis doctoral sobre el “Regimen Municipal”.

Desde joven fue un enamorado de la política, al lado de Aristóbulo del Valle, y de Leandro N. Alem. Peleó en la revolución del Parque en 1890, y en 1891 abrazó con calor la disidencia radical planteada por Alem a Mitre para combatir la política del acuerdo con el general Roca, al que combatió sin tregua y conformó la Unión Cívica Radical.

Mas tarde lo impactaron profundamente las dos muertes de sus grandes maestros políticos, el suicidio de Alem y el fallecimiento de Aristóbulo del Valle, por lo que deja el radicalismo y viaja por Europa.

En el Viejo Continente le impactó todo aquello que a cualquier argentino de entonces; pero fue su recorrido por Norteamérica que lo dejaría absolutamente deslumbrado. Podía ver en la práctica todas aquellas teorías presentadas en su tesis universitaria sobre el poder de las comunas o condados, la absoluta libertad de culto, una burguesía de marcada orientación progresista, un sistema político verdaderamente federal.

A la vuelta de su viaje, encuentra la magnífica oportunidad de llevar a la práctica política ese ideario. Aprovechando las llegadas de las elecciones, Lisandro de la Torre conforma un conglomerado político en su provincia de Santa Fe denominada “Liga del Sur”, que en 1912 lo consagró a diputado nacional por la minoría por Santa Fe, con un mandato válido hasta fines de 1915.

En la Cámara de Diputados presentó, a los dos meses de su incorporación, un proyecto de ley de municipalidades que establecía que toda población superior a doscientos habitantes tenía derecho a elegir su comisario, juez de paz, jefe del registro civil y otras autoridades, y que las comunas así creadas serían autónomas. La ley no prosperó, no sólo porque la mayoría no la apoyó, sino además porque en un régimen federal las provincias conservan el derecho de reglamentar sus municipios.

Era un hombre vigoroso, con la energía de su madre , y tenia una elocuencia cálida y profunda. Su pasión incontenible turbaba mucho de sus juicios; y cuándo se inflamaba arremetía con ciega vehemencia contra los hombres, las cosas y los hechos que le eran hostiles o que creía tales. Siempre se destacó por su dinámica de trabajo y entre sus proyectos principales, el Régimen Municipal en las provincias, tesis de su graduación profesional.

Decidió el abandono del ejercicio de su profesión como abogado. Su padre, vislumbrando esta decisión y conforme con ello, le regalaría un pequeño campo en Barrancas, en el corazón mismo de la provincia de Santa Fe. Surgió así la figura de un hombre interesado en la producción, en la economía y las ciencias. Su posición frente a la tenencia de este campo fue la de un hombre interesado en la incorporación de nuevas cosechas, novedosos cultivos y principalmente en la mejora de las razas vacunas que eran, indudablemente, la gran fuente de ingresos para el país.

Los años treinta implican, para Lisandro de la Torre, enfrentarse a su antiguo correligionario y amigo, José F. Uriburu. De la Torre rechaza la invitación de formar parte del gobierno instaurado por el golpe del 6 de septiembre. Acelera sus vinculaciones con el socialismo, se reúne con Nicolás Repetto, compañero de fórmula, ambos se presentarán en las elecciones de 1931. Al acceder a la presidencia e! general Agustín P. Justo y no obstante estar convencido de los límites estrechos dentro de los cuales podía desarrollarse la acción parlamentaria. De la Torre acepta llevar adelante desde el Senado, al que había accedido en 1932, una práctica política que pusiera en descubierto los alcances del proyecto conservador. Su actitud crítica no omitió eje de discusión.Agobiado, aislado, fuertemente afectado por el asesinato de Enzo Bordabehere -en un atentado que lo tenía como destinatario- renuncia a su banca en enero de 1937. Desde entonces son escasas sus apariciones públicas, y ocupa la tribuna sólo como conferencista. El 5 de enero de 1939, en la soledad de su departamento de Esmeralda 22, en la dudad de Buenos Aires, se quita la vida.

En su tarea se destacó notablemente, llegando a ocupar durante los años 1907, 1909 y 1910 la presidencia de la Sociedad Rural de Rosario, la Comisión local de la Defensa Agrícola y del directorio del primer Mercado de Hacienda, en 1911. En ese ámbito conoció los problemas y desigualdades que debían enfrentar los pequeños y medianos productores agropecuarios, en desventaja frente a los grandes latifundios de terratenientes vinculados con el poder.

Propugnó por una serie de medidas con el fin de fomentar el mejoramiento de estos productores, tal como la derogación de los impuestos a los cereales, el pago de las cosechas en oro y la protección de pequeños productores afectados por deudas impagables

Mas tarde junto a un grupo de caballeros de diversas corrientes políticas del escenario nacional fundaron el 14 de diciembre de 1914 un nuevo partido político nacional denominado, “ PARTIDO DEMÓCRATA PROGRESISTA” (PDP) con el propósito de formar un partido permanente que congregara todas las ideas políticas afines y dispersas en el panorama político argentino, armonizando las exigencias del país, adaptándolo a las necesidades de la época y que permita el engrandecimiento económico y cultural del país.

Este fue el origen y el comienzo del aporte que este hombre dio a la vida cívica del país, hombre nuevo verdadero demócrata que iba a renovar procedimientos, asumir actitudes drásticas contra los vicios inveterados de la política criolla y las intrigas palaciegas tejidas en el Congreso y en la Casa Rosada.

En 1922, ante las elecciones presidenciales, el PDP presentó como candidato a una figura menor y Lisandro de la Torre se reservó la candidatura a diputado por su provincia. Es así como volvió al recinto que había dejado en 1915 y ocupó un escaño hasta 1925. Luego se retiró a la vida privada en el campo. El 5 de enero de 1939, en la soledad de su departamento de Esmeralda 22, en la dudad de Buenos Aires, se quita la vida.

El día que Lisandro de la Torre decidió suicidarse de un disparo habían pasado tres años desde el fin de su vida pública, cuando un matón a sueldo había intentado asesinarlo en el Senado, durante un debate sobre carnes. Desde entonces acalló su voz, una de las pocas que se alzaban para denunciar, en una época plagada de fraude y corrupción. Entonces gobernaba el país Roberto M. Ortiz, quien intentó en vano transparentar el sistema.

La muerte: Los últimos años de Lisandro, están signados por la derrota. Económicamente, estaba arruinado. Había perdido hasta su campo de Pina, que tanto apreciaba. El gobierno central había vuelto a anular la progresista Constitución santafesina y la provincia había llegado al borde de la guerra civil.

Se deseo de concretar un Frente Popular en 1936, junto a radicales, socialistas y comunistas no pudo tampoco concretarse, por defección de importantes sectores del radicalismo. Participa, sí, activamente, en la polémica parlamentaria que surge alrededor de la sanción de la Ley de Represión del Comunismo, pero inmediatamente después abandona la vida pública.

El 5 de enero de 1939, en su austero domicilio de Esmeralda 22, se pegó Lisandro De la Torre un balazo en el corazón. En una carta, se despedía de todos sus amigos, les rogaba que cremasen su cadáver y esparciesen sus cenizas por el viento. Y concluía: “Mucha gente buena me respeta y me quiere y sentirá mi muerte. Eso me basta como recompensa”.

LAS GRANDES POLÉMICAS: Gran orador , De la Torre fue, mas que nada, un gran polemista. Sus discursos eran vehemente y documentados, aunque desprovistos de grandes gestos. En el Congreso hablaba sentado. En la tribuna, su prestancia seducía y cautivaba al público. Las grandes polémicas fueron una constante de su vida. En 1926, mantuvo una famosa con Juan B. Justo, fundador del socialismo en la Argentina, que lo acusaba de personalista. Pero sus grandes batallas oratorias, las librará luego del acceso al poder del general Agustín P. Justo.

En efecto, en las elecciones presidenciales de 1931, luego del golpe militar del general Uriburu, el Partido Demócrata Progresista se unió a algunos sectores del socialismo, constituyendo la Alianza Civil, patrocinadora de la fórmula Lisandro De la Torre-Nicolás Repetto (bautizada como “La Fórmula del Cianuro” por los opositores, en una alusión a los temperamentos de ambos candidatos). Opuesta al oficialismo de la llamada Concordancia, la Alianza fue derrotada en comicios fraudulentos y el general Justo comenzó su gobierno, con el que inauguraba toda una época más tarde bautizada como Década Infame.

En esa etapa, Lisandro había reemplazado la galera de felpa por el chambergo y ese cambio exterior era apenas el reflejo de la evolución sufrida por las ideas políticas del dirigente. A los 63 años, se acerca cada vez más al campo popular, abraza la causa antiimperialista y se erige en un verdadero “Fiscal de la Patria”, en el vocero del pueblo y de la Nación, contra una política oficialista, encarnada en el general Justo, defensor de las situaciones creadas y ejecutor de la entrega del país a los intereses imperiales. Descreído de sus antiguas amistades políticas, es por entonces que De la Torre recuerda al ya desaparecido Yrigoyen, al redifinir, desde su nueva óptica, al régimen: “Régimen falaz y descreído es este que aparece y los móviles a que responde… lo caracterizan ampliamente”.

La interpelación sobre los frigoríficos
La crisis mundial de 1929, alteró todas las economías. Hasta el colonialismo inglés se volvió proteccionista y firmó con sus dominios el llamado Tratado de Otta-wa, por el cual se comprometía a dispensar a la producción de aquéllos un tratamiento preferen-cial. Los intereses ganaderos argentinos se enfrentaron, entonces, a la posibilidad de perder los mercados ingleses.

Una misión fue enviada por el gobierno, con el cometido de encontrar una solución, lo que en realidad significaba preservar a cualquier costo esos mercados para que los grandes invernadores y los grandes ganaderos, la oligarquía vacuna en una palabra, no vieran resentidos sus intereses. El vicepresidente de la Nación —Julio A. Roca (h)— presidió la delegación. Después de su peregrinar londinense, matizado con frases muy poco felices del vice —“La Argentina es; en cierta forma, una parte integrante del Imperio Británico“, por ejemplo— la misión retornó.

El Tratado de Londres había sido firmado, y la historia lo recordaría con el nombre de Tratado Roca-Runcimann. Aparte de onerosísimas cláusulas secretas, que constituían por otra parte, un verdadero avasallamiento de la soberanía nacional, el tratado establecía, en la práctica, que el 85 por ciento de la exportación de carne argentina quedaba en manos de los frigoríficos ingleses, grandes monopolistas (Armour, Swift, Vestey). Rebajas de aranceles a ios productos ingleses, aumento de tarifas y reducción de sueldos en los ferrocarriles y un préstamo de 10 millones de libras del cual se deducían intereses y comisiones, completaban el despojo.

A raíz de la firma de este tratado vergonzante, en setiembre de 1934 Lisandro De la Torre, senador nacional en ese momento, comienza su interpelación a cerca de “cual es la situación del comercio de carnes argentinas”. El ministro de Ganadería y Agricultura, Duhau, y el ministro de Hacienda, Pinedo, son los interpelados. A lo largo de la polémica, un desprecio por todo lo nacional, una verdadera mentalidad de colonizados, parece ser la ideología gubernamental. Los ministros devenían, en definitiva, en los mejores defensores de los monopolios.

A medida que ese verdadero proceso avanza, comportamientos oficiales delictivos, mentiras solapadas, favoritismos hacia ciertos frigoríficos y de éstos a ciertos funcionarios oficiales, salen a luz. Casi un año después, el 23 de julio de 1935, las cosas estaban llegando a su punto más álgido. Y ese día, en un atentado cuyo destinatario era, según muchos, el propio De la Torre, un asesino a sueldo llamado Ramón Valdez Cora vinculado de acuerdo a muchos testimonios al ministro Duhau, balea en el propio recinto parlamentario al senador santafesino Enzo Bordabehere, discípulo de Lisandro.

El debate estaba terminado. Al otro día del crimen, antes de que el telón se bajara definitivamente sobre el drama, Lisandro se batía a pistola con el ministro Pinedo, que la había llamado “mentiroso”.

A favor de la nueva legislación electoral, y en representación de la minoría santafecina, el Dr. De la Torre llegó por primera vez al Congreso en 1912. Se recordará siempre la impresión causada por sus intervenciones, que evidenciaron la enjundia del gran parlamentario y lo convirtieron a poco andar en una figura nacional. Un tanto olvidados ya sus honrosos antecedentes políticos, y circunscripta hasta entonces su figuración a un marco reducido, el despliegue de talento oratorio, de sólida doctrina y de entereza moral que el gran tribuno realzaba desde su banca, constituyeron para la mayoría una verdadera revelación.

Era ya el “kader” que había de encabezar poco después las grandes campañas del Partido Demócrata Progresista, siendo candidato del mismo a la presidencia de la República y despertando cálidos entusiasmos y adhesiones fervorosas. Debía alcanzar todavía por segunda vez el honor de la candidatura presidencial, cuando en 1931 la alianza de su partido con el socialismo disputó el triunfo al general Justo. La suerte adversa que le cupo en ambas ocasiones, impidió que el doctor de la Torre mostrara su talla como gobernante.

Como quiera que no fue tampoco ministro de Estado -aunque alguna vez se le brindara la oportunidad, que rehusó- ni tampoco gobernador de su provincia, su actuación pública resulta limitada a la función parlamentaria. Pero en este terreno cabe decir que su personalidad alcanzó relieves verdaderamente históricos.

Por la pujanza de su verbo, la firmeza de sus actitudes, el dominio profundo de las cuestiones que trataba y la pasión con que defendía las tesis a su juicio convenientes al bien público o impugnaba las contrarias, puede ser justicieramente parangonado con las más ilustres figuras de los viejos congresos argentinos. Era, como orador, una potencia irresistible. Desarrollaba, sin fatigarse, en extensos discursos, una argumentación exhaustiva sobre los más complejos asuntos. Su poderosa dialéctica desmenuzaba las razones del adversario o ponía al descubierto sus hábiles sofismas y todo eso iba envuelto en formas claras, sobrias, elegantes, de gran estilo.

Formado en las ásperas luchas de la democracia, el Dr. de la Torre permaneció sin quebrantos adicto al credo que inspirara sus primeras inquietudes cívicas. La libertad y la pureza electorales, en nombre de las cuales había luchado desde su primera juventud, continuaban siendo para él condiciones básicas de la vida nacional. La muerte de esté ciudadano y orador de eran estirpe, significa un hondo duelo para la Nación.

El perpetuaba en su noble y gallarda ancianidad, todo un pasado de altivez cívica, de labor honrada, de infatigable desvelo por la cosa pública. La austeridad de sus costumbres la dignidad de su conducta, su valerosa intrepidez para afrontar la lucha dentro de cualquier terreno, en nombre de sentimientos y convicciones inflexibles, constituían un ejemplo de carácter, de hombría y de voluntad, harto saludable en tiempos de fácil claudicación de los mejores y de quiebra de muchos principios morales.

Con la severa prestancia de su silueta, su palabra ciceroniana y su amor por las faenas agrarias, el doctor de la Torre semejaba un romano de los buenos tiempos de la República, ceñudo y agrio a veces, como Catón, pero como él, opuesto a la corrupción de los ciudadanos y defensor de la salud del pueblo. Este último, que así lo reconoció guardará un piadoso recuerdo del tribuno, cuyo infortunio hace aún más cara y respetable su imponente figura.

Fuente Consultada: 
Historia 3 La Nación Argentina e Historia Argentina y Contemporánea Alonso-Elizalde-Vázquez.
La Nación 135 Años Testimonios de Tres Siglos.
Formación Política Para La Democracia – Tomo II – Biografía de Lisandro de la Torre

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