El emblemático predio municipal cumple una función recreativa, comunitaria y esencial para todas las edades. Un histórico espacio donde también se anidan innumerables historias.
El del Saladillo, es el ejemplo de la importancia de los polideportivos como espacio no solo deportivo si no como núcleo social. El verde y amplio espacio se consolidó como una referencia institucional en el tejido social y comunitario de la zona sur.
Aunque con algunos vaivenes a lo largo de las décadas, el Saladillo recibió a múltiples generaciones que lograron apropiarse del espacio e inyectarle su propia impronta.
Las y los visitantes de todas las edades realizan diferentes disciplinas deportivas sobre el playón desde 1993. El básquet y vóley son los más elegidas. Mientras que en la zona de césped, se puede disfrutar de los parrilleros y un amplio espacio natural.
El predio cuenta con la pileta más grande de Rosario. El imponente espejo de agua es utilizado por colonias y escuelas de natación municipales cada temporada y también abre al público de manera recreativa. Además, en el abanico de propuestas acuáticas, se destacan las actividades destinadas a adultas y adultos mayores.
Radiografía de el Saladillo
La historia indica que el Saladillo era un lugar predilecto de veraneo de la alta sociedad rosarina. La pileta fue construida por orden de Manuel Arijón. Fue fundada el 1° de noviembre 1885 y el lugar se bautizó como “Baños del Saladillo”. Un dato de color es que el bañero se movía en canoa dentro del inmenso espejo de agua para controlar al público.
En 1887 los “Baños” fueron ampliados y se construyó una pileta revestida de cemento que medía 83 metros por 25. El agua llegaba a través de una compuerta y, una vez que se alcanzaba el nivel deseado, desbordaba con el estrépito de una cascada en la continuación del arroyo.
Tras la muerte de Arijón en 1900, los once hijos del empresario español vendieron todos los campos y el balneario a una empresa inmobiliaria llamada Sociedad Anónima El Saladillo.
La Sociedad Anónima puso desde entonces a la venta los terrenos para aquellos que deseaban hacerse una casa. El balneario tal cual construyó Arijón, funcionó hasta finales de 1937 cuando la empresa se lo vendió a la Municipalidad de Rosario.
La Municipalidad demolió lo anterior y construyó el Balneario Roque Sáenz Peña, posteriormente conocido como Rambla del Saladillo. De esta edificación hoy solo queda una placa al pie del mástil dentro del predio.
Este balneario funcionó hasta 1977, cuando el intendente Augusto Félix Cristiani ordenó la demolición. A instancias del Sindicato de la Carne se construyó una plaza, “ya que el lugar era una montaña de escombros”, aseveró el narrador barrial Alfredo Monzón.
En 1992, bajo la intendencia de Héctor Cavallero, se construyeron las actuales instalaciones. Al año siguiente el predio comenzó a funcionar y desde entonces es un punto recreativo, social, cultural y esencial para todas las edades.
Historias y sentido de pertenencia
El Balneario El Saladillo es el corazón del barrio. Los innumerables relatos de quienes pasaron por allí así lo demuestran. Como Daniela, quien contó que disfruta el lugar cada día. «Comencé a venir hace 20 años porque en ese momento era una época de mi vida muy fuerte y muy triste. Además tenía una hija discapacitada y acá me recibieron muy bien. No me discriminaron, me acompañaron en todo momento”, expresó.
“A mi hija la perdí, pero nunca dejé de venir”, apuntó Daniela con emoción. Hoy tiene 78 años y es considerada la autora intelectual del armado de un grupo de mujeres que llevan una década de amistad en el predio y realizan las diversas disciplinas que ofrece el espacio recreativo.
Quien también manifestó su amor por el predio es Beatriz. “Mi infancia está arraigada acá, es decir, al arroyo y a la pileta. Venía cuando era chica y luego de adolescente con mis primas. Es más, una de nuestras primas tenía polio y la traíamos porque este lugar siempre fue inclusivo. Recuerdo que la sentábamos en el borde de la pileta. Una la empujaba al agua y la otra la recibía”, describió con una amplia sonrisa.
Graciela tiene 73 años y cuenta: “Conocí el arroyo, el pozo de la muerte, el pozo de aceite. Venir además a la pileta es todo. Pasé mi niñez y adolescencia en este predio. Cómo me voy a perder este lugar, que es como nuestro”.
María Cristina es otra fiel asistente al balneario: “Hace 26 años que vengo con alegría y con gusto. En verano disfrutamos de la pileta y en invierno del gimnasio. Tengo 73 años y considero este espacio como un sano bienestar”.
José Alberto Collera trabaja en el polideportivo desde su apertura en 1992. No tiene un puesto fijo, es un todoterreno y un ser muy querido puertas hacia adentro. “El predio es una parte más de mi vida. No sé qué haré el día de mañana sin esto. Me crié en el campo, en el monte, pero este lugar es mi vida”, esboza con la voz entrecortada quien se define como “piletero, casero, y hasta encargado de hacer cositas de mantenimiento” del espacio municipal.
“Me hace falta la pileta, y yo a ella. Nos necesitamos los dos. Tengo la suerte de estar acá, y sea la hora que sea, hago cosas”, dice José y agrega: “No elegí esta vida, se me dio así me fue llevando a esto. Estoy contento de estar aquí”.
Arijón, según el narrador barrial
“Esto ahora está abierto al público en general a diferencia de los inicios, donde sólo estaba destinado para una selecta y diminuta clase social. Porque hay que destacar que el primer balneario lo construyó don Manuel Arijón, quien fue el dueño de todos los campos donde en la actualidad están los barrios Saladillo y Las Delicias”, apuntó a modo de prólogo Alfredo Monzón, el popular vecino e historiador del barrio Saladillo.
“Arijón murió el 20 de junio de 1900 siendo una de las personas más acaudalas de la ciudad. Era de La Coruña, en el pueblo Caión. Llegó desde España a los 17 años. Primero fue junto a su padre a Montevideo a buscar un amigo que nunca pudo contactar”, destacó Alfredo.
Según cuenta Alfredo, el padre lo dejó a cargo de la familia Lamas, en Uruguay, porque tuvo que volver a España. Dos años después, esa familia decidió instalarse en Rosario y José vino con ellos. Ya radicado en la ciudad comenzó a trabajar de cadete en un almacén porque, como la mayoría de los inmigrantes, había llegado muy pobre.
“De a poco fue formando una pequeña fortuna. El primer trabajo fuerte que hizo fue contratar el servicio de carga y descarga del Ferrocarril Central Argentino. Luego comenzó a comprar campos en el Saladillo. Los primeros se los adquirió a la familia Frías. Justo en ese momento se estaba llevando a cabo la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Entonces celebró un convenio con el ejército de Brasil para proveer a toda la caballada de forraje. Eso significó un negocio fenomenal. A medida que vendía sus servicios compraba campos y campos”, contó con pasión.
Monzón explicó que sus campos comenzaban donde era la desembocadura del arroyo Saladillo con el río Paraná, frente a la planta vieja del frigorífico Swiff, y terminaban cerca de lo que hoy es calle Ovidio Lagos.
Arijón estuvo casado con Fausta, de ahí es que en la zona del predio hay una calle con ese nombre, y tuvo 11 hijos. Tenía una casa de verano llamada Villa Fausta.
“En un determinado momento don Manuel decidió ir a España a visitar a sus padres porque hacía mucho tiempo que nos lo veía. Estaba aquejado por una dolencia, que podría haber sido reuma o artrosis. Fue a ver a unos especialistas en Francia y le recomendaron baños de inmersión, termales. Y allí comprobó una leve mejoría”, deslizó Monzón. Y agregó: “Un día, sumergiéndose en las aguas del Saladillo, comprobó que se sentía mejor. Es que el arroyo se llama así porque tiene un alto contenido de sal y yodo. Eso provoca un efecto desinflamatorio. Por otro lado, es el único arroyo de agua salada porque la gran mayoría son de agua dulce”.
Así fue como don Arijón decidió construir un balneario. En un principio sería particular que luego fue público porque así podía cobrar una entrada. «Como era un español emprendedor, no dudó y construyó en este lugar que hoy es el predio, los entonces denominados Baños del Saladillo, que eran cabinas individuales en realidad. Había servicio de bufé. Todo dirigido a la gente de mucha plata, por cierto. Eso fue un 1º de noviembre de 1885. En ese momento las calles de Rosario llegaban a calle Pellegrini, de ahí a Saladillo había que cruzar campos y campos”, describió el historiador.
“Fue así que Arijón instaló el servicio tranways a caballos, que era el tranvía tirado por el caballo que salía desde la plaza López, en Pellegrini y Laprida. Luego paraba en un café y restorán llamado De los Baños, que era como una especie de hotel además”, sentenció.
A eso hay que sumarle que, según contó el historiador Wladimir Mikielievich, también había servicio de galeras y salía de la puerta del almacén “Del Pobre Diablo”, que estaba en San Luis entre San Martín y la cortada Barón de Maua.
Otro servicio que llegaba hasta el Saladillo era una embarcación a vapor llamado La Abeja, que partía de lo que hoy es la Estación Fluvial y atracaba en el puerto plaza, que había sido construido por Arijón.
“Dentro de la pileta había una glorieta. Había un edificio, el Colón, donde hoy está la estructura del Sindicato de la Carne que fue construido en 1910 como hotel y casino del balneario. Pero nunca pudo funcionar como casino. Aunque en el sótano del edificio funcionaba un garito clandestino. Incluso cuentan que uno de los hijos de don Manuel Arijón, Alfredo, hacia ostentación de su clase social y encendía cigarrillos con billetes de 100 pesos”, explicó Alfredo para dar cuenta del clima de la época en que se creó el predio.