Opina Jorge Bertolino – Economista
Luego de vender más de 4.000 millones de dólares durante la semana y de haber aumentado de urgencia la tasa de política monetaria en 300 puntos básicos, es posible que el BCRA haya logrado controlar transitoriamente las presiones cambiarias.
La contundencia de las medidas debería adormecer el valor de la divisa, limitando el pasaje a precios del incremento reciente.
Sin embargo, será significativo el daño que se ocasionará a la economía real. El fuerte incremento de las tasas era imprescindible para evitar un colapso cambiario, pero el transitorio alivio obtenido se verá opacado por las presiones recesivas que serán la novedad en los próximos meses.
Es probable que una parte de los capitales fugados en la mini corrida reciente, regresen al carry trade, estrategia consistente en ingresar dólares al país y colocarlos en Lebac, con el objetivo de obtener una renta financiera superior al incremento del valor de la divisa.
El éxito de las medidas del gobierno será pírrico, ya que implicará el regreso del atraso cambiario, con la consecuente disminución del nivel de actividad.
El ministro Dujovne dijo hace poco más de dos meses en España, que el gobierno tiene muy pocas herramientas para derrotar a la inflación, que es la madre de los desajustes en el tipo de cambio, que luego ocasionan los episodios traumáticos en el mercado de cambios, como los vividos en la semana recientemente finalizada.
Esta carencia de herramientas, muy cierta por otra parte, obedece a la renuncia explícita a utilizar contundentemente la política fiscal para reducir genuinamente las presiones inflacionarias.
Una combinación de baja del gasto público y de la presión impositiva bien diseñada, contrariamente a la creencia popular, no sería contractiva para la economía real, sino ampliamente beneficiosa para la actividad y el empleo.
El gobierno decidió atarse las manos y seguir una política hipergradualista, rayana en la inactividad, confiando en que el favor popular lo seguirá acompañando pese a la mediocridad de los resultados económicos, debido a la inexistencia de una alternativa clara y creíble en la oposición, privilegiando de esta manera los próximos resultados electorales, en lugar de hacerlo con el bienestar de la población que tan esperanzadamente lo votó en las últimas elecciones.
Finalmente, luego de tolerar pacientemente los errores de diagnóstico y la falta de coordinación entre las políticas monetaria y fiscal, el mercado decidió menguar transitoriamente la confianza en la habilidad del gobierno de llevar a buen puerto las ideas que el gobierno declama pero no concreta.
En los próximos meses debería retornar la tranquilidad cambiaria. El problema ya no sería el aumento del dólar sino el regreso a la tendencia a evolucionar por debajo de los índices inflacionarios.
Pero si el gobierno no actúa rápidamente en la dirección indicada de disminuir el gasto, la presión impositiva y el déficit, el mercado volverá, ante cualquier acontecimiento local o internacional inesperado, a mostrar su faceta más antipática.
Si el gobierno no hace el ajuste, el ajuste lo hará el mercado, por más injusto y costoso desde el punto de vista social que esto sea.
El mercado no tiene sentimientos, actúa impersonalmente y se cobra con creces la falta de pericia en la selección de las políticas económicas.
El gobierno tiene la última palabra, si no baja el gasto, por más costoso que esto sea en términos electorales, habrá una nueva tormenta cambiaria e inflacionaria que hará el trabajo de licuar el gasto, que el gobierno no quiere, no puede o no sabe hacer.