Viernes 23 noviembre 15 Hs. sede UNR- Maipú 1065
LOS NOMBRES DE LA LOCURA
“El taedium de los romanos se prolongó hasta el siglo I. La acedia de los cristianos apareció en el siglo III. Reapareció bajo la forma de la melancolía en el siglo XV. Regreso en el siglo XIX con el nombre de spleen. Y regreso en el siglo XX con el nombre de depresión. No son más que palabras. Un secreto más doloroso habita en ellas. Del orden de lo inefable. Lo inefable es lo real”.
Pascal Quignard, El sexo y el espanto
¿Por qué encontramos en la locura cierta vigencia para pensar nuestra praxis?
El concepto no agota la dimensión problemática de la locura, sino que deja un inacabado que la cultura se obstina en obturar, y en ese imposible reconocemos un malestar.
¿Ante quiénes y con quiénes, de qué lado posicionarnos para pensar el hoy -siguiendo a Derrida- de la locura?
La pretensión de especificidad y el tecnicismo diagnóstico en ciertos discursos hegemónicos revelan sus límites rápidamente si se formula la pregunta en otros términos.
¿Cómo responder a lo raro, a lo anormal, a lo mórbido, a lo improductivo, elaborando los interrogantes que desengañan de los previsibles asertos ideales?
Nos preguntamos: qué fantasma de los asilos, manicomiales-criminales, de los que nos cuenta Foucault en su “Historia de la locura…”, vaga por nuestras profesiones, por nuestros saberes.
Términos disfrazados que no pueden ocultar la segregación concertada por los aparatos del estado y del mercado. Los efectos de esta rúbrica, que habla en nombre de la salud, o la educación, o las políticas, van dejando algunos innombrables como saldo. Aunque estemos acostumbrados a escuchar su verborrea, que abunda en etiquetas inocuas renovadas a cada temporada, no hacen más que sostener la vigencia de la locura y su indómita identidad.
Los nombres hacen eco, engañan, condenan, fallan: la repetición es incesante.
Advertidos del circuito y la economía de este rechazo, nos encontramos ante las diferentes modalidades del resto que produce la locura; tal vez en cierta disponibilidad a recibir ese resto se propongan otros nombres, otros lazos.
¿Qué hospitalidad se dispone en nuestra praxis? ¿Cómo hacer con aquello que en su presentación, nos dicen, es hostil y extranjero?
Para iniciar el intercambio, distinguimos algunas relaciones de vecindad:
– En relación a la lengua, nos encontramos con que locura y psicosis van juntas desde hace un tiempo; parecen ser lo mismo, se las dice, se las usa, de la misma manera, para referir eso que suena raro.
– Interrogando los lugares, surge la pregunta por las instituciones y los espacios destinados a su abordaje, y también por aquellos que no están decididamente disponibles para trabajar con la locura, aunque lo hagan permanentemente y sin saberlo.
– En cuanto al tiempo, notamos que la locura estaría enunciada en otros términos cuando se trata de la infancia. Infancia y locura parecerían excluirse.
¿Reconocemos en esos nombres un sufrimiento, un deseo, un asunto? Darlo por sentado de antemano, digámoslo, es una forma más de la evasión. Por ello, intentemos no perder el hilo y retomemos la imposibilidad para hacer letra con ella.