Este jueves, el Museo de la Ciudad alojó un evento que coronó el trabajo del municipio con el archivo de Wladimir Mikielievich. Un homenaje en varios formatos al rosarino que archivó la ciudad.
Hay motivos elocuentes y precisos por los cuales el Museo de la Ciudad lleva el nombre de Wladimir Mikielievich, el hombre que, casi en soledad y movilizado por un profundo amor por Rosario, dedicó toda su vida a recopilar documentación de relevancia sobre la ciudad. Tras setenta años de trabajo exhaustivo, el legado de este rosarino ilustre es el Archivo Mikielievich, la más vasta colección de documentación y principal fuente sobre el período 1920-1990 de la historia de Rosario.
Sin dudas, el Archivo Mikielievich (y su propia figura), son parte fundamental del patrimonio de la ciudad. Y así lo quiso el propio Wladimir, que tras su muerte en 1999 donó su material a la Municipalidad de Rosario. Pero el acceso al monumental archivo de 183 cajas estuvo bloqueado durante mucho tiempo a causa de un litigio judicial iniciado por familiares del propio Mikielievich.
“Durante los años del litigio, que fueron casi quince, la Muni tuvo el archivo en guardia pasiva, es decir que tuvo a cargo la conservación pero sin la posibilidad de trabajarlo. Recién en 2016, el litigio judicial caducó y la Municipalidad pudo hacer uso del archivo. Esto significó poder abrirlo, investigarlo, conservarlo y ponerlo a disposición lo más rápido posible”, contó Nicolás Charles, director del Museo de la Ciudad, que lleva el nombre de Wladimir y hoy aloja una muestra sobre su archivo.
«A partir del acceso y un exhaustivo trabajo de digitalización de casi dieciocho meses que tuvo lugar en la Biblioteca Argentina, la Secretaría de Cultura y Educación tuvo dos grandes proyectos: uno fue hacer el libro editado por la Editorial Municipal, que se llama Archivo Mikielievich, y el otro la muestra muestra Wladimir. El Archivo de Rosario que tenemos en el Museo de la Ciudad hasta el 25 de marzo»,
Este jueves 5 de marzo, en el propio Museo de la Ciudad, todos estas líneas de trabajo confluyeron y se coronaron en un evento único: se presentó el libro con un panel integrado por Érica Brasca, Ernesto Inouye, Bernardo Orge, Oscar Taborda y Nicolás Charles, tuvo lugar un recorrido de la muestra, guiado por las historiadoras y curadoras Alicia Megías y Agustina Prieto, y se pudo disfrutar de un recital de piezas históricas rescatadas del archivo.
Un recital (con partituras rescatadas)
En su afán casi obsesivo por la conservación de materiales con potencial histórico, Mikielievich no sólo dio con documentos de relevancia para la ciudad. En su archivo, una caja (o 183) de sorpresas, se encontró algo que cambió la historia de la música litoraleña: la obra completa (1400 partituras) del Fray Antonio Belli, un compositor amateur de origen italiano y vida correntina, vinculado con la historia de los orígenes del chamamé.
“Cuando la Secretaría estaba escaneando todo el material de Mikielievich, aparecieron dos cajas con partituras. Me llamaron para que las vea y determine si tenían valor histórico. Me dieron como un dato menor que eran manuscritas, lo cual es importantísimo. Por lo general ocurre que cuando aparece algún manuscrito, suelen ser dos o tres piezas. Acá eran más de 1400”, rememora Ezequiel Diz, compositor y trabajador del Programa en Artes Musicales en Vivo de la Secretaría de Cultura y Educación.
“A primera vista, avisé que seguro eran de relevancia histórica aún sin conocer al autor, por caudal de obra y por el año, porque databan de la segunda mitad del siglo XIX. Me contacté con el Instituto Nacional de Musicología de Buenos Aires y pregunté si conocían a este tal Antonio Belli. Y ahí me dijeron que era un cura de Corrientes que era un mito de la musicología, porque se decía que su obra estuvo vinculada a los orígenes del chamamé correntino pero nunca se pudo probar porque no existían partituras. Yo les dije: ‘Bueno, están todas acá’. Se armó un revuelo tremendo”, cuenta Diz.
“El primer chamamé del que hay registro en audio es Kilómetro 11 de Mario del Tránsito Cocomarola, que es de 1940. Todavía no se le decía chamamé sino polka correntina. Esto fue cuarenta años después de la muerte de Belli. Por lo cual su obra es muy originaria. Además Belli no sólo las componía sino que las tocaba con músicos de la zona. Entonces había una relación entre lo que él componía y lo que comenzaba a gestarse”, suma el compositor.
Ezequiel tuvo a su cargo catalogar la obra del Fray y copiarla (“a nivel musical sería como pasar un manuscrito a Word, para que pueda ser utilizable”). “Son todas piezas cortas, de piano y vinculadas con las danzas: polkas, mazurcas, chotis, galopas, cuadrillas y misas obviamente. También había métodos de enseñanza, ejercicios para alumnos, porque daba clases”, explica.
“El fray murió en 1902 y eso quedó guardado. Fue pasando entre diferentes manos, todas desconocidas que han sabido cuidarlo porque el archivo está en buen estado, pero siempre guardado en cajones. Esto llegó a Wladimir en la década del 60 y el intentó difundir la obra, hay registro de eso. Quiso vender la música a editoriales, pero no tuvo éxito porque si bien es música muy hermosa y tiene un peso histórico tremendo, no es música que pueda tener un próspero comercio”, continúa el músico.
El jueves, tras la presentación del libro y la recorrida guiada, tuvo lugar un recital donde, reinterpretada, esta música sonó por primera vez en 120 años. “Convocamos al José Gago Grupo, que hacen sus temas propios, pero en este caso le propusimos ser intérpretes de la música de Belli, con una tímbrica más cercana a lo que hoy entendemos como folclore, con flauta, violín, cello, contrabajo y guitarra. Fue como traer a Belli al presente con un poco de maquillaje. La música es muy hermosa”, afirma Diz.
“Ahora hay que reescribir la historia, porque sabemos que el Fray no fue un mito, que la obra está y se puede estudiar. La musicología argentina se va a encargar de eso porque estamos hablando de los orígenes del chamamé correntino. Esto fue literalmente una caja que se abre. Ahora hay que ver qué pasa con esta obra, esta información. Es de relevancia nacional. Si bien se localiza en Corrientes, toda la música litoraleña se ve afectada”, concluye.
Una muestra
Desde el 7 de septiembre del 2019 y hasta el próximo 25 de marzo, puede visitarse la muestra Wladimir. El Archivo de Rosario, curada por las historiadoras Alicia Megías y Agustina Prieto. Abarca cuatro salas de la casa del Museo, en las cuales se organiza temáticamente el archivo del coleccionista rosarino de antepasados montenegrinos, que dedicó su vida (casi todo el SXIX, de 1904 a 1999) a juntar y sistematizar cada mapa, revista, foto, postal o panfleto que diera testimonio de la memoria local.
La sala más amplia reconstruye lo que podría haber sido la casa de Wladimir, su estudio de trabajo. Allí, se puede ver un escritorio con una fotografía tamaño real de Mikielievich, junto a una máquina de escribir Royal como la que él mismo utilizaba. A su alrededor, los originales de quizás las piezas más relevantes de su propia obra: los 53 tomos del Diccionario de Rosario y los 7 del Prontuario Periodístico.
“El Diccionario de Rosario tenía el objetivo particular de escribir una gigantesca enciclopedia de la ciudad, con información que podría ser política, artística o de los camalotes del Paraná. El Prontuario Periodístico recopila toda la información de toda la prensa que se publicó en Rosario desde 1854”, explica Alicia Megías, una de las que llevó adelante la aparentemente imposible tarea de bucear el archivo para armar la muestra.
“Lo más difícil fue seleccionar qué mostrar. Primero hicimos un relevamiento sobre qué nos parecía interesante o importante. Después hubo una segunda parte donde los museólogos decidieron qué era lo más mostrable de eso y fueron los que tomaron la decisión de cómo montarlo. Esta escenografía que reconstruye lo que podría haber sido la casa de Wladimir fue obra de los museólogos”, suma por su parte Agustina Prieto, quien completa la dupla curatorial.
“Tuvimos mucha dificultad en tomar algunas decisiones porque todo nos parecía extraordinariamente valioso. Mikielievich guardó cosas que son objetos únicos porque son efímeros. Cuando encontraba un volante político tirado en el piso, lo levantaba, anotaba atrás dónde lo había encontrado, en qué calle, y el día. Una volanteada callejera se destruye por sí misma en cuestión de horas, pero en el archivo de Mikielievich hay volantes de varias décadas con datos que nos permite transformarlos en fuentes. Lo mismo con los afiches que se pegaban en las paredes”, narra Megías.
La muestra, además de poner en valor su obra y su archivo, enaltece la figura de Mikielievich, un personaje tan pintoresco como sumamente trascendente para la ciudad. «Fue un apasionado por Rosario, por su historia. Fue una persona que tuvo una vida increíble, porque siendo empleado de la Municipalidad de Rosario, de la oficina de Estadística, dedicó muchas horas diarias durante muchas décadas a coleccionar objetos, documentos y testimonios sobre la historia de Rosario», concluye la historiadora.
Un libro
Para la confección del libro, los editores tuvieron el mismo desafío que las curadoras frente al monumental archivo: qué incluir y cómo ordenarlo. El libro Archivo Mikielievich. Obras y colecciones es el resultado de una trabajosa inspección manual de las cajas del archivo. Contó con la investigación, selección y textos de Bernardo Orge, Érica Brasca y Ernesto Inouye, tres profesores en Letras egresados de la Universidad Nacional de Rosario, y tuvo asistencia en investigación de Valentina Alonso, asistencia en museología de Ludmila Lien, y fotografía del Archivo Mikielevich por cuenta de Matías Sarlo. La edición fue de D. G. Helder y Oscar Taborda, director de la Editorial Municipal de Rosario.
A partir de esa tarea de reconocimiento, el equipo decidió presentar el Archivo Mikielievich según una clasificación en tres clases de materiales: los originales de sus obras éditas e inéditas, que se reseñan en la primera sección del libro llamada Obras; los documentos pertenecientes a las Colecciones de muy diversos géneros conformadas por Mikielievich (organizada en siete subconjuntos), de las que se da una muestra en la segunda sección; y los documentos personales, que sirvieron para establecer e ilustrar la cronología de su vida que cierra el volumen bajo el nombre Cronología.
“La obra propone una primera aproximación a los materiales que lo componen y, al mismo tiempo, deja traslucir la visión del mundo de quien los reunió”, explican los editores. Sin dudas, el libro de 208 páginas es una reliquia para cualquier persona con interés por la historia local o que comparta el profundo amor por la ciudad que profesaba Mikielievich.