11 de febrero: Día Nuestra Señora de Lourdes, madre protectora de los enfermos

Cada 11 de febrero la Iglesia Católica celebra la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, advocación mariana cuyo origen se remonta a las apariciones de la Madre de Dios a Santa Bernardita en 1858, en Francia.

Los encuentros de Bernardette (Bernardita) con la Virgen María se produjeron en la gruta de Massabielle, a orillas del río Gave de Pau, en las afueras de Lourdes, un pueblo ubicado en las estribaciones de los Pirineos.  

La Madre de Dios le comunicó a la santa que el camino que el Señor tenía reservado para ella era difícil, con muchas cruces, pero que a cambio alcanzaría la gloria del cielo.

Y es que el corazón de quienes aman muchas veces requiere ser purificado mediante el dolor o la enfermedad. “No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el próximo», le dijo María a Bernardita. 

Aquellas palabras de la Virgen de Lourdes tocaban un aspecto fundamental de nuestra existencia: somos seres frágiles. Al mismo tiempo, irían confirmando la promesa: la Madre estará con nosotros siempre, de la misma manera como estuvo al lado de su Hijo en la hora del dolor.

Con ellas, Nuestra Señora de Lourdes le dice a cada uno de sus devotos que jamás estará solo, menos aún en la enfermedad. 

Nuestra Señora nos recordará siempre que debemos confiar en las promesas de Cristo y que solo en Él encontraremos alivio, mientras crecemos en paciencia, esperanza y amor. 

Inicio de las apariciones

La Virgen Santísima se apareció repetidas veces a Santa Bernardita Soubirous (Lourdes; 7 de enero de 1844 – 16 de abril de 1879), una humilde niña francesa de 14 años. En total fueron testimoniadas 18 apariciones, las que se produjeron entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858.  

Era el 11 de febrero de 1858 cuando Bernardita, su hermana y otra niña iban al campo a buscar leña seca. Para llegar al lugar adecuado, cerca de una gruta, tenían que cruzar un arroyo. Bernardita se demoró un poco en hacerlo porque temía al agua fría. Mientras se sacaba los zapatos, escuchó de pronto un ruido fuerte proveniente de la gruta cercana.

Entonces se acercó a ver lo que pasaba, y cuando estuvo frente a la gruta, vio la figura de una mujer envuelta en una luz resplandeciente que iluminaba la roca. La mujer estaba vestida con un traje blanco, una cinta azul en la cintura, un largo velo y dos rosas doradas sobre los pies; era la Virgen María. En sus bellas manos portaba un largo rosario blanco y dorado. 

Bernardita, sobrecogida por lo que veía, se puso a rezar el Rosario. Unos instantes después, un poco más calmada, se percata de que la Virgen la estaba acompañando en la oración. Luego la Señora desapareció.

Orando con la Madre por los pecadores

Unos días después, el domingo 14, Bernardita volvió a la gruta de la aparición y empezó a rezar el Rosario. De pronto, María se aparece de nuevo. La niña, en un arranque de valor e inocencia, le arroja un poco del agua bendita que llevaba en una botellita, para asegurarse de que lo que estaba viendo no provenía del Maligno. La Virgen la mira y sonríe, luego hace la señal de la Cruz con el rosario y la invita a rezarlo juntas.

El jueves 18 ambas se vuelven a encontrar. La Virgen le pide a Bernardita que vuelva por los siguientes quince días a la gruta. Ella le promete que lo hará sin dudar y María le responde con otra promesa: el cielo. Bernardita será dichosa en la vida futura. 

Mientras tanto, en el pueblo, los rumores de las apariciones se empiezan a esparcir. El 19 de febrero, Bernardita regresa al lugar con una vela encendida, bendecida previamente -de allí la costumbre de ir con velas y encenderlas frente a la gruta-.

Al día siguiente, la Señora le enseña a Bernardita una oración, que la niña graba en su memoria y corazón. Un día después, domingo 21 de febrero, la niña se percata de que la Virgen estaba triste y le pregunta el porqué. Nuestra Señora le contesta: “Rogad por los pecadores”. 

Soledad e incomprensión

Para entonces, los rumores sobre Bernardita habían llegado a oídos de las autoridades, las que, temiendo algún alboroto, amenazaron a la niña con llevarla a la cárcel si seguía hablando sobre las apariciones.

Bernardita, sin quererlo, terminó convirtiéndose en blanco de burlas e insultos por parte de quienes la consideraban una desquiciada o muy poca cosa para ser testigo de semejante gracia.

El día 22 la Virgen no apareció. Sin embargo, la niña no perdía la esperanza de volverla a ver. Para el 23, alrededor de diez mil personas acudieron a la gruta para presenciar el prodigio del que tanto se hablaba. La Virgen se apareció de nuevo a Bernardita y le pidió que comunicara a las autoridades eclesiásticas su deseo de que se eleve un santuario en el lugar, a donde los peregrinos y penitentes pudiesen acudir.

Bernardita le comunica esto a un sacerdote amigo, quien le pide que le pregunte a la Señora cuál era su nombre, y que dé un signo que confirme quién es realmente. A la mañana siguiente un rosal blanco brotó entre las piedras de la gruta.

¡Penitencia!

El día 24 la pequeña le cuenta todo a la Virgen, quien le sonrió. Luego le pide nuevamente que ruegue por los pecadores al grito de: “¡Penitencia, penitencia, penitencia!… ¡Ruega a Dios por los pecadores! ¡Besa la tierra en penitencia por los pecadores!”. Bernardita hizo cuanto se le pidió e invitó a la gente que estaba en ese momento a que hiciese lo mismo. 

El 25 de febrero, por indicación de la Madre de Dios, Bernardita escarbó el fondo de la gruta y empezó a brotar agua. La Virgen, acto seguido, le ordenó beber, lavarse los pies en la fuente que se había formado y comer un poco de hierba. 

Confianza en medio de la enfermedad

El día 26 se produce la primera curación. Un obrero de apellido Bourriete, quien había perdido la visión del ojo izquierdo, ora y se frota el ojo estropeado con el agua de la fuente. De pronto empezó a gritar de alegría al darse cuenta de que había recuperado la vista.

El 27 la Virgen no aparece. Aún así, Bernardita permanece frente a la gruta y bebe del agua del manantial mientras reza por los pecadores.

El 28 Bernardita vuelve a la gruta, pero es llevada a la fuerza a la casa del juez. Se le imputa haber alterado el orden público y es amenazada con la prisión. Por la noche, se produce otro milagro: Catalina Latapie moja con el agua de la fuente el brazo que tenía dislocado y, milagrosamente, el miembro recupera su flexibilidad. 

El martes 2 de marzo, Bernardita va de nuevo donde el párroco a recordarle el pedido de la Virgen. Al día siguiente la pequeña vuelve a verla y le pregunta de nuevo su nombre. La Virgen solo sonríe. Ese día, una madre lleva en brazos a su hijo enfermo que se debatía entre la vida y la muerte. Lo introdujo en las frías aguas de la fuente y solo unas horas más tarde el niño respiraba mejor y se veía repuesto. Un grupo de médicos certificaría más tarde que no había explicación para lo sucedido, y esta curación sería catalogada como milagro de primer orden.

Hacer silencio para escuchar la voz de Dios

El 4 de marzo, al finalizar los quince días, la Virgen se presenta de nuevo pero permanece en silencio. Poco después de dos semanas, el 25 de marzo, la Virgen se le volvió a aparecer a Bernardita, levantó los ojos al cielo, juntó las manos en oración y le dijo: “Soy la Inmaculada Concepción”.

Era la primera vez que se refería de esa manera a sí misma. La pequeña le contó lo sucedido al párroco, quien quedó conmocionado ante tamaña revelación: cuatro años antes se había proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción y era común entre la gente ignorar completamente aquel dato.

Meses más tarde, el 16 de julio, se produjo la última aparición. Bernardita sintió que la Virgen la llamaba y acudió a su encuentro. Al llegar a la gruta, vio que había sido colocada una valla alrededor y que no se podía pasar. Un segundo después, estando todavía enfrente de la gruta, vio a la Madre de Dios.

“Me pareció que estaba delante de la gruta, a la misma distancia que las otras veces, no veía más que a la Virgen. ¡Jamás la había visto tan bella!”, narró posteriormente la santa. Esa fue la última vez que Madre e hija se encontraron en aquel lugar.

A los pies de la Inmaculada

Muchos consideran que la aparición de Nuestra Señora de Lourdes es un agradecimiento del cielo por el dogma de la Inmaculada Concepción y una exaltación de las virtudes de pobreza y humildad, encarnadas en la pequeña Bernardita. Definitivamente hay de eso.

Asimismo vale recordar que el mensaje de Lourdes es un llamado a aceptar la Cruz -puerta de vida eterna- en cada una de nuestras vidas. Las apariciones de la Virgen de Lourdes son una invitación amorosa a la oración, especialmente del santo Rosario, y a la penitencia; a realizar obras de misericordia por los pecadores y enfermos.